
Hace tiempo leí algo así como «las lágrimas ayudan a desenredar los nudos del alma«.
Sin embargo, lo primero que hacemos cuando nuestras hijas e hijos lloran es correr a parar su llanto y a buscar cualquier distracción que les haga volver a sonreír.
Nada más lejos de lo que necesitan.
Y lo que necesitan es desahogarse y sentirse acogidos y acompañados. Necesitan sacarlo todo fuera y que no se quede nada dentro que se haga nudo.
Y nosotros tenemos que estar ahí para secar sus lágrimas. Sin prisas ni reproches.
Acogiendo su malestar y transmitiéndoles comprensión, cercanía y amor incondicional. Con serenidad.
Somos el consuelo que necesitan en ese momento. El hombro sobre el que llorar. Sin que se sientan rechazados por ello.
Acompañando su emoción, sosteniendo también la nuestra. Con naturalidad y calma.
Pues nuestra labor como madres y padres no es evitar las lágrimas de nuestras hijas e hijos, sino secarlas.