
La importancia de guiar
A todos nos han dicho alguna vez «Ay, no mires», y ¿cuál ha sido nuestro primer impulso? Mirar.
Un impulso que muchos logramos controlar porque nuestro cerebro adulto tiene capacidad racional suficiente para reflexionar y analizar y, además, de forma más rápida.
Cuando a un/a niño/a pequeño/a le decimos:
No pegues,
No muerdas,
No grites,
No des golpes…
Su cerebro infantil se centra sólo en la acción: pegar, morder, gritar…
Entender que su cerebro está en desarrollo y que aún no puede controlar sus impulsos corporales por las emociones que vive, nos facilita ponernos en su lugar para enfocarnos en aquello que sí necesita en vez de en obsesionarnos con lo que no ha de hacer.
Que un niño pequeño pegue, muerda, grite y dé golpes forma parte natural de su crecimiento.
Y nuestra labor no es centrarnos sólo en su conducta, sino en ayudarle a regular lo que su cerebro aún no es capaz de hacer.
Y ¿cómo lo hacemos?
Acompañando sus emociones y trabajando las nuestras propias.
Conectar y acompañar emocionalmente a nuestros hijos nos permite ver qué hay detrás de la conducta y guiarle así hacia formas más sanas de expresarse y relacionarse. 😉