
Vivimos en una sociedad que va a 1000/h y en la que lo queremos todo «para ayer». Vamos deprisa y corriendo a todas partes para poder cumplir con todas nuestras obligaciones diarias y la mayoría de las veces ni siquiera tenemos la cabeza en lo que estamos haciendo, sino en la siguiente tarea o recado que nos toca. Nos movemos con el piloto automático puesto y cuando estamos con nuestras hijas e hijos, el choque frontal hace que los conflictos estallen…
- «Vámonos, que tengo que hacer la cena.»
- «Venga, que la colada no se lavará sola.»
- «Corre, que tenemos que ir a comprar.»
- «Deprisa, que se nos hace tarde.»
- «A la cama ya, que mañana madrugamos.»
- «Que es para hoy…«
- ¿Sigues en pijama? Que llegamos tarde…«
Y entonces llegan las confrontaciones porque no nos hacen caso, ni siquiera nos escuchan o creemos que «nos desafían» y que «hacen» que actuemos desde la impaciencia, porque no nos podemos permitir perder ni un minuto.
Pero incluso cuando ya lo tenemos todo hecho y podemos relajarnos, tenemos tan integrada esta velocidad desorbitada, que las prisas vuelven a apoderarse de nosotros:
- «Esta peli no, que es muy larga.»
- «¿Otra vez? Pero si ya hemos leído el cuento dos veces.»
- «Venga, que te ayudo yo, que estás tardando mucho en cenar.»
- «Vamos, hija/o, que llevamos viendo la misma flor media hora ya.»
Éstos son sólo un pequeño ejemplo del sofoco diario en el que muchas mamás (y cada vez más papás) nos vemos atrapados y al que arrastramos a nuestros peques habituándoles a unos ritmos frenéticos de vida que van contra el estado natural de las cosas.
Porque la vida tiene un ritmo lento, pausado, y en ella todos son procesos que requieren su tiempo. Basta con fijarnos en el cambio de estaciones, por ejemplo, observando el mismo árbol en todas ellas para admirar todos los cambios por los que pasa.
Las niñas y los niños viven en un eterno presente, conectados al ritmo natural de la vida.

Las niñas y los niños están muy ligados a los ritmos naturales de la vida; algo que, de observarse de cerca, destaca en su primera infancia. Sin embargo, poco a poco van perdiendo esta conexión a medida que les vamos adentrando en el ritmo vertiginoso que impera en nuestra sociedad. Así empiezan a «aburrirse» muy rápido, a ir «como locos» en el parque o a «no saber disfrutar de sus juguetes». Porque les saturamos de estímulos y también de prisas. Y las nuevas tecnologías no hacen más que ahondar en esta desconexión con la vida.
Vivimos desconectados de los ritmos naturales de la vida y, por consiguiente, no respetamos los ritmos naturales de nuestras hijas e hijos.
- «¿Con tres años y sigue con pañal? Pues hay que quitárselo ya.»
- «Venga, cariño, di ‘ma-má’.»
- «Pero bueno, aún con teta, si eres mayor ya.»
- «El mío aún no anda.»
- «Aún no se duerme sola y eso que lo intento. Me reclama todas las noches.»
- «Este niño no quiere salir y estoy de 40 semanas ya.«
Y nos impacientamos buscando una y mil soluciones supuestamente «respetuosas» para acelerar sus ritmos sin tener en cuenta lo contraproducente que resulta para su crecimiento. Porque tenemos la prisa inyectada en nuestro funcionamiento por el estilo de vida que llevamos (muchas veces incluso desde nuestra propia infancia).
¿Cómo podemos CULTIVAR la paciencia?

Es por ello que se hace cada vez más urgente aprender a pararnos y a valorar un ritmo más pausado de hacer las cosas para adquirir hábitos saludables que transmitir a nuestras hijas e hijos y que favorezcan tanto su bienestar como el nuestro. Conectar así con ellos y, por tanto, con el ritmo natural de la vida. Y para ello, no hace falta mudarse lejos del ruido de la gran ciudad, sino que podemos aprender a cultivar la paciencia en nosotros y en nuestras hijas e hijos.
¿Cómo puedes empezar?
en ti
- Busca momentos en tu día para practicar la respiración consciente y atención plena. Te ayudará a reconectarte con el aquí y ahora.
- Renuncia a la inmediatez: analiza el contexto y enfócate en comprender a tu hija/o.
- No te apresures a reaccionar: escucha, reflexiona.
- Esto te ayudará a hablar con respeto y tono tranquilo.
- Baja tus expectativas a la realidad de las circunstancias.
- No adelantes acontecimientos: no entres en interpretar y rumiar pensamientos. Confía.
- Simplifica y organiza tu agenda.
- Ten claras las rutinas y ajústate a ellas.
- Esto te ayudará a mantener una actitud flexible a los imprevistos.
- Respeta tus límites y tus descansos.
- Escucha y atiende tus necesidades.
EN TU HIJA/O
- Respeta su ritmo y su forma de ser y hacer las cosas.
- Baja tus exigencias a su nivel de desarrollo.
- Practicad la espera: no te adelantes a tenerlo todo siempre preparado. Infórmale siempre de qué y cómo vais a hacer las cosas. Involúcrale. Acompañad la espera con canciones, juegos…
- Avísale cuando vayáis a cambiar de actividad. Así le das tiempo a que se mentalice y adapte a los cambios.
- Intenta no ir corriendo: procura dedicar tiempo a cada cosa. Podéis empezar las mañanas un poco antes e ir bajando la intensidad del día a medida que se acerque la noche.
- Busca pasar momentos de calidad juntos. Sin distracciones. Haced actividades que requieran atención plena: puzzles, cocinar, plantar flores, leer cuentos… Adaptadas a sus intereses y gustos.
- Empatiza con sus enfados y malestar. Muéstrate comprensivo y cercano. Acompaña su emoción siempre. Respetando el tiempo que necesite ayudándole a recuperar la calma.
La paciencia NO es estar quieto y aguantar. Implica pararse, observar y reflexionar antes que reaccionar de forma impulsiva. Teniendo en cuenta a nuestras hijas e hijos. Para de esta manera CONECTAR con ellos.
Beneficios de cultivar la paciencia

Cultivar la paciencia nos permite despejar la mente y actuar con calma y tener un mayor control sobre nosotros. También nos aporta serenidad y nos abre a la escucha activa, a la empatía y al respeto. Desde un estado de paz interior, ajustados a la realidad, aceptando las circunstancias para enfocarnos en soluciones. Observando, analizando la situación, relajando nuestra rigidez mental, teniendo en cuenta la etapa de desarrollo en la que está nuestra hija o hijo. Para actuar desde sus necesidades sin olvidarnos de las nuestras. Pero para ello debemos entrenarnos con constancia en ella. Así que, ten paciencia contigo misma/o. Cuanto más practiques, más soltura ganarás.
Invitación final
Teniendo en cuenta todo esto, te invito a observarte y la próxima vez que notes que pierdes la paciencia y, en vez de actuar, párate, respira y hazte las siguientes preguntas:
- ¿Qué es lo que me está molestando?
- ¿Qué es lo que necesito?
- ¿Cómo puedo solucionarlo respetando a mi hija/o y teniendo en cuenta sus necesidades y las mías propias?
Y recuerda: tú eres el mayor ejemplo a seguir para tus hijas e hijos. Si quieres que sean más pacientes, primero siembra la paciencia en ti para poder transmitírsela a ellos en tu forma de ver y vivir la vida.