
La maternidad viene y nos remueve por dentro.
Nos inunda de recuerdos, primero difusos y luego más claros.
Nos despierta sensaciones, algunas agradables y otras desagradables.
Sumergirnos en ellas para ir a la raíz de lo que nos sucede dentro, es mirar de cara nuestra propia historia.
Sanar así las heridas todavía abiertas de nuestra infancia y adolescencia.
Para traer a la consciencia y soltar el dolor retenido en silencio durante todo este tiempo.
Y, con ello, liberar el amor que llevamos dentro.
Hacia nosotras mismas. También hacia quienes más amamos en la vida. Y, sobre todo, hacia nuestras hijas e hijos.
Sólo así conseguiremos amar de verdad. De una forma profunda y pura.
Sanando nuestras heridas más profundas para amar(nos) incondicionalmente.