
¿Sueles abusar de frases como:
- Qué lista/o, buena/o (…) eres
- Así me gusta
- Muy bien?
En la entrada de hoy te explico tres razones de por qué no debes hacerlo.
Es una crítica favorable que se basa en nuestra opinión y no en las capacidades de las niñas y niños.
Cuando decimos «muy bien«, lo que hacemos es dar nuestra propia opinión, sin más. Nos sale casi de forma automática y si pensamos en algo es en nuestro punto de vista, sin tener en cuenta los gustos, intereses, el propio aprendizaje o las capacidades de nuestras hijas o hijos.
Basamos nuestro criterio en nuestras preferencias o forma de ver y entender las cosas. Por ejemplo: «¡Bravo, qué bien lo hace mi niña/o!», «Que bonito tu dibujo», o «Me gustan los zapatos que has elegido».
También podemos emitir nuestra crítica favorable partiendo de nuestras creencias sobre lo que las niñas y niños deberían hacer, por ejemplo: «Muy bien que hayas compartido tu juguete«, «Qué bien estás así sentadita/o», o «Así me gusta, que te lo comas todo«). Este último criterio es aún más peligroso puesto que obedece a estereotipos socioculturales de lo que se supone que niñas, niños y adolescentes deberían ser y hacer, alejándose la mayoría de las veces de su naturaleza infantil y adolescente y de sus necesidades para buscar más bien nuestra comodidad.
Cuando emitimos un juicio basado en nuestros gustos o creencias infundadas, mostramos una actitud o bien protectora o bien manipuladora: pues «a mí me gusta» (o es socialmente aceptado) que mi hija/o haga las cosas de cierta manera y no de otra. Lo que hacemos con todo ello es enseñarles que estén siempre pendientes de lo que piensen los demás (principalmente los adultos).
Y si recurrimos a frases del tipo «qué lista/o, buena/o, responsable, guapa… eres», además de entrar en el uso de etiquetas (tema del que te hablaré más detenidamente en otro momento), dirigimos nuestra crítica hacia la persona y no hacia su trabajo.
Se centra en el resultado final y no en el esfuerzo y aprendizaje de nuestras hijas e hijos.
Nos centramos sólo en el trabajo ya hecho. Por ejemplo, «Muy bonito tu dibujo«, «Qué bien, ya has terminado tu puzzle», «Estoy muy orgullosa/o con la nota de tu examen» (apropiándonos aquí del mérito del trabajo de nuestra hija o hijo).
En estos ejemplos de nuevo nos centramos en nuestra opinión en vez de valorar el esfuerzo o el aprendizaje que hay detrás, por ejemplo: «Con cuánto detalle has dibujado esa flor», «¡Qué rápido terminas ya los puzzles!», o «Se nota que te has esforzado estudiando para el examen».
No es lo mismo, ¿verdad? La percepción cambia según cambia el enfoque y situamos a nuestras hijas e hijos en el centro para convertirles a ellos y su trabajo en protagonistas de la cuestión. Cuando dejamos de mirar sólo el resultado final de lo que tenemos delante para fijarnos en todo el proceso que hay detrás, ampliamos nuestra mirada y empezamos a alejarnos de nuestro punto de vista para situarnos más en la piel de nuestros hijos y así ver sus gustos, intereses, habilidades y potencialidades. Por tanto, nos acercamos más a ellos, empatizamos más, conectamos más. Estamos más abiertos a su propio punto de vista y de ahí que nos sale más hacerles preguntas para conocer su opinión y sentir: «¿Qué es lo que más te gusta de tu dibujo?», «¿Te gustan mucho los puzzles?», o ¿Qué sientes al ver el resultado de tu examen?» Redirigir con ello su mirada de nosotros hacia ellos mismos como protagonistas de sus propios actos.
Les enseña a buscar el visto bueno de los demás, a conformarse y a no tener criterio propio.
Porque cuando nos centramos en trasladarles únicamente nuestro juicio, lo único que les transmitimos es que es más importante lo que opinen los demás de ellos y de sus actos que lo que ellos mismos piensen y sienten al respecto.
Enseñándoles a conformarse y a buscar el siguiente «muy bien» con otro dibujo similar, con otro puzzle de la misma dificultad o con las mismas notas en otros exámenes.
Sólo cuando salimos del «Yo» podemos situar el centro de control en «él/ella» y que, por tanto, el valor de sus actos (y de sí mismos) les nazca de dentro y no venga de fuera. Simplemente les expresaremos lo que podamos apreciar de lo que tengamos delante (sea un dibujo o un plato vacío) para simplemente reflejar lo observado y que puedan asociar causa – efecto (por ejemplo, que ese día hayan tenido mucha hambre o que les encante el plato y que por eso se lo hayan comido todo) o para destacar sus cualidades y reforzar sus habilidades (por ejemplo, su gusto por el arte y capacidad expresiva en un dibujo que muestra un talento que potenciar).
Poniendo por delante los rasgos y potencialidades de nuestras hijas e hijos para que se asienten bien en ellas y desarrollen una buena autoestima. Alejándoles con ello de la necesidad de búsqueda del visto bueno de los demás para crecer en seguridad y autoconfianza. Sólo entonces dejaremos de elogiar y alabar para empezar a alentar, a motivar, a inspirar.
Con todo, vemos que no se trata únicamente de sustituir unas frases por otras, no. Se trata de ver el significado oculto tras nuestras palabras y de tomar consciencia de su impacto en los demás. De ir a la raíz del problema para comprenderlo. Una vez hecho, encontrarás tus propias frases. Aquellas que te nacen de dentro una vez entendida la cuestión.
Así que, la próxima vez, en vez de decir “muy bien”, piensa en qué es lo que pretendes con tus hijas/os:
- Que busquen aprobación.
- O reforzar sus habilidades.
Si lo tienes claro, las palabras te saldrán por sí solas.
Y recuerda: no se trata de no decirlo nunca, sino de no abusar de la expresión y sus variantes para no hacer de nuestros hijos adictos a la aprobación de los demás, al igual que no les darías dulces para merendar todos los días para evitar volverles adictos al azúcar. 😉
Espero que la entrada de hoy en el blog te ayude a tomar consciencia sobre el tema para tener en cuenta la autoestima de tus hijos (o alumnos) a la hora de comunicarte con ellas/os.