
El respeto es la base de todas las relaciones.
Del latín “respectus” (mirada hacia atrás, atención intensa, consideración especial). Compuesta por el prefijo “re” (de nuevo) y por el verbo “specere” (mirar, contemplar, observar).
Se trata así de volver la mirada, una y otra vez, para prestar especial atención y tener en consideración la autenticidad de quien (y de lo que) tenemos delante.
Tener una mirada humilde que dirija nuestras acciones. Y vestirnos de humanidad cuando tratemos con otras personas:
- Te valoro como ser humano que eres.
- Te reconozco en tu singularidad.
- Te acepto cómo eres.
- Te aprecio en tus cualidades y en tus límites.
- Te cuido con mi forma de hablar y actuar.
Respetar con ello a nuestros hijos. Amarles y expresarles nuestro amor por quienes son. Siempre. Sin condiciones. Tomar consciencia de su vulnerabilidad y dependencia para asentarnos en nuestra responsabilidad hacia ellos. Velar así por sus derechos. Actuar desde sus necesidades fisiológicas, psicosociales y emocionales. Garantizar y proteger su bienestar.
Cómo podemos hacerlo:
- Reconocer y valorar sus necesidades y derechos.
- Escucharles con atención cuando nos hablan.
- Ser su apoyo y acogida.
- Ponernos en su piel para procurar comprenderles.
- Expresarles nuestro amor por quienes son todos los días.
- Tratarles con dignidad siempre.
- Ofrecerles nuestra presencia y cercanía.
Educarles desde y en el respeto hacia sí mismos y hacia los demás. Para que el respeto sea la base de sus relaciones y les guíe hacia una forma de vivir sana, humilde y feliz.