Las consecuencias de no acompañar el miedo infantil

Desde el momento en que nos convertimos en madres y padres son muchas las opiniones y consejos que recibimos sobre la crianza de nuestros hijos e hijas. «Déjale solo/a que tiene que aprender.» es una de las frases que más nos repiten. Y cuando se trata de los miedos que puedan tener nuestros pequeños, esta premisa suele ir seguida de expresiones que les llegamos a decir como: «Si no hay nada.» o «Anda, déjate de tonterías.» Y acto seguido, les dejamos solos. Porque tienen que aprender. Pero, ¿qué es lo que tienen que aprender?

El miedo es una emoción desagradable aunque básica y muy necesaria para nuestra supervivencia, pues avisa a nuestro cerebro de un posible peligro con el objetivo de protegernos.

Sin embargo, cuando una emoción se apodera de nosotros, coge las riendas de nuestra vida y nos evade de la realidad, «secuestrando» nuestro cerebro e impidiendo que actuemos de forma racional.

La falta de acompañamiento y comprensión por lo que sentimos no hacen sino agrandar nuestra emoción.

Así, el miedo (o la rabia, la ira o la tristeza…) empieza a englobar la totalidad de nuestros pensamientos con el peligro de que éstos se vuelvan obsesivos y destructivos y empeoren nuestro estado de ánimo y, con ello, nuestra salud física y emocional. Con el tiempo, la ausencia de una presencia empática y cercana hará que nos veamos encadenados a nuestra emoción desagradable, encerrándonos aún más en ella y en los pensamientos que nos provoque en nuestra cabeza: pues no tendremos a quien exteriorizarlos, si no hay nadie dispuesto a acogernos en ella, a escucharnos sin juzgarnos, a creer en nuestro malestar y a atendernos como necesitamos.

A largo plazo, las consecuencias de la falta de acompañamiento emocional en el miedo pueden dejar heridas mucho más profundas en nuestros hijos e hijas y en su autoestima impidiendo su desarrollo y dificultando su autonomía en la edad adulta:

  • Sensación de miedo frecuente;
  • Estrés y ansiedad continuos;
  • Inseguridad;
  • Falta de (auto)confianza;
  • Sensación de soledad (incluso estando con más personas);
  • Bloqueos, ganas de huir o reacciones impulsivas de contraataque ante los conflictos;
  • Dificultades para afrontar retos en la vida.

Nuestros peques pasan por distintas fases y tipos de miedos durante su infancia. Forma parte de su crecimiento. La falta de madurez cerebral y emocional les impide diferenciar entre fantasía y realidad. Por tanto se trata de algo natural. Algunos ejemplos de miedos infantiles comunes por edades son:

  • 0-6 meses: ruidos fuertes;
  • 7 meses-2 años: miedo a extraños, separación de las figuras de apego, heridas;
  • 3-5 años: máscaras, animales, oscuridad;
  • 6-8 años: seres sobrenaturales, lesiones físicas;
  • 9-12 años: exámenes, aspecto físico, muerte.

No obstante, la soledad, el abandono y la separación de las principales figuras de apego son los miedos que prevalecen en todas las edades.

Detrás de éstos lo que hay es una necesidad urgente e imperante de nuestra presencia, de nuestro contacto y de nuestro sosiego para que con ellos el miedo vaya bajando de intensidad y se regule.

Por tanto, cuando les dejamos solos/as ante sus miedos, lo único que aprenden es que están y estarán solos en la vida, que no tendrán a nadie en quien apoyarse y mucho menos a alguien en quien confiar. Algo que podría servirles si tuvieran que vivir en una isla desierta y en la soledad más completa. Sin embargo, somos seres sociales, vivimos en comunidad y las relaciones interpersonales forman parte de nuestra esencia humana para desarrollarnos.

Es más, ignorar, menospreciar o incluso ridiculizar los miedos infantiles porque no nos parezcan relevantes o los veamos absurdos nos desconecta de nuestros hijos e hijas y debilita su confianza hacia nosotros, quienes como padres y madres somos sus guías, referentes y sostén principal en su vida. Esta desconexión perjudicará de forma grave nuestra relación con ellos y hará que silencien cada vez más sus sentimientos al verse rechazados, lo cual puede tener un carácter peligroso de cara a miedos no superados ya que la falta de acompañamiento emocional podría conducirlos a patologías serias que habría que tratar con un profesional.

De ahí que es de suma importancia que ante los miedos de nuestro peques actuemos con:

  • Comprensión: con respeto y empatía, sin criticar ni juzgar;
  • Presencia y cariño: contacto físico y visual con ternura y amabilidad;
  • Paciencia y calma: sin prisas, disponibles y accesibles;
  • Acogida y apoyo: estar para escuchar y ofrecer cobijo y seguridad;
  • Amor incondicional: dosis y dosis de amor incondicional.

Como papá, mamá (o cuidador principal) eres la mayor fuente de seguridad para tu peque. No le dejes sólo/a.

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